Presentación de estas Memorias Impías.
En venturosa frase de Fernando R.
Lafuente[1]
“Un libro de memorias es algo
escrito después del tiempo transcurrido,
no es un diario sino una mirada hacia el pasado nutrida de anotaciones
recogidas a lo largo de la vida: epifanías, hechos, conversaciones, descubrimientos,
desasosiegos; notas que los años han dejado en carpetas hasta que aparece la
recreación, el viaje hacia el interior del memorialista con toda la carga de
melancolía, de venganza, de recuerdos y de ausencias que conlleva. (…)… las
memorias tienden al ajuste de cuentas, incluso, y así son las mejores, con uno
mismo.”
Precisamente por todo ello decidí
titularlas Memorias impías. El
diccionario de nuestra Real Academia Española define impío como falto de piedad
y falto de religión. Y, a su vez, piedad, en su acepción tercera, la define
como lástima, misericordia, conmiseración. Quede nítida pues la filosofía de
estas memorias.
Durante años me atenazó la duda
hamletiana:
“ser o no ser… He ahí el dilema.
¿Qué es mejor para el alma,
Sufrir insultos de Fortuna, golpes, dardos,
O levantarse en armas contra el océano del mal,
Y oponerse a él y que así cesen?
Pasados los años, la duda se disipó,
máxime después de sufrir, en reflexión del filósofo Bertrand Rusell, “...la experiencia de los peores males a los que nos
somete la vida: la traición de los amigos, la muerte de aquellos a quienes
amamos, el descubrimiento de la crueldad que se agazapa en el común de las
gentes.”[2]
Habiendo
constatado que “La vida se ha convertido, viéndola con la perspectiva total que
es la filosofía, en un caprichoso pulular de insectos humanos sobre la tierra”[3];
que “Sabemos que un hombre puede leer a Goethe o a Rilke por la noche,
que puede tocar a Bach o a Schubert, e ir por la mañana a su trabajo en
Auschwitz”[4], que
“En este momento la
búsqueda de la libertad y la soledad está condenada como algo políticamente
incorrecto, egoísta y poco pertinente
para nuestra sociedad angustiada”[5]
y que, además, “El Homo oeconomicus es un sociópata”[6],
es por lo que he
decidido retirarme a mis cuarteles de invierno, observando el precepto de Quevedo:
“Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos…”.
Siempre
he coincidido con Victor Hugo
en su aserto de que “Solo viven aquellos que luchan”, más después
de casi cinco décadas de batallas directas en múltiples campos, como el jurídico, el ambiental, el político-social,
etc., en los que fundamentalmente me he desenvuelto como profesional, como
intelectual y como activista, he
decidido pasar a la lucha en la distancia y el retiro sólo a través de la
escritura, utilizando estas memorias para dejar testimonio de mis experiencias,
positivas y negativas, además de las frustraciones y desengaños sufridos en
este país, definido por el poeta Antonio
Machado en Campos de Castilla como “Esa
España inferior que ora y bosteza, vieja
y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna
usar la cabeza.”
Concluyo haciendo mío el título
de la obra de dos grandes escritores e intelectuales, Mario Vargas Llosa y
Claudio Magris: La
literatura es mi venganza.[7]